El Plan Estratégico Agroalimentario 2011-2020.

El muy favorable contexto internacional de una sostenida demanda de alimentos de los países emergentes que continúan creciendo y el penoso marco interno de una porción de nuestra población que aun no cubre las mínimas necesidades proteicas en su alimentación, obligan al análisis de la consistencia del objetivo planteado con las instrumentaciones necesarias de efectuar. Corresponde una histórica mirada de la errática evolución experimentada por el sector agrícola argentino durante los últimos 100 años.

Luego de la crisis local del año 1890, nuestro país disponía de solo 5 millones de hectáreas de sembradíos, incluyendo cereales, oleaginosas, frutihorticolas y forrajes para ganado. Aquel extraordinario crecimiento económico argentino expandió los sembradíos a 25 millones de hectáreas en 1929, antes de la crisis mundial. Los rendimientos promedios, principalmente del trigo, eran por entonces de solo 1 tonelada/hectárea. Por lo tanto, las producciones resultaban similares a las superficies y solo podían incrementarse aumentando las áreas cultivadas.

Ambas guerras mundiales, aquella grave crisis global y un improductivo y prolongado planteo interno del “campo vs. Industria” durante los años 40 y 50, disminuyeron la extensión cultivada a alrededor de 20 millones de hectáreas en 1960. Año en que se inicio nuevamente una expansión del sector, hasta alcanzar una superficie agrícola de aproximadamente 30 millones de hectáreas en 1980. Los rendimientos promedios habían crecido y la producción ya superaba las 40 millones de toneladas anuales.

Durante los años 80 y 90, comenzó una continua acción conjunta de varias facultades de agronomía de muchas universidades nacionales y privadas, el INTA y los productores, incluyendo al revolucionario invento argentino de la llamada “siembra directa”, la evolución tecnológica de la siembra y la cosecha, los fertilizantes, etc. Se incrementaron los rendimientos del trigo a casi 3 toneladas/hectárea y del maíz a 7 toneladas/hectárea, además de la aparición de la soja, que actualmente explica el 60% de la producción agrícola.

Con esta fugaz mirada del volátil recorrido de este estructural sector de la producción nacional durante el último siglo, queda mejor ubicado el objetivo del actual plan. Aun cuando la meta planteada pudo haber sido un estado de situación presente, si se hubiesen arbitrado más inteligentemente conflictos, tanto pasados como recientes, y el objetivo actual resulte menos ambicioso que el alcanzado hace 100 años, cuando se incremento la producción un +400% en 35 años, este plan de “ruralidad industrializada” debe ser bienvenido.

La vía de la expansión planteada no puede ser otra que el de la continuidad de la eficiencia productiva agrícola, hoy la única “industria” argentina competitiva internacionalmente, porque el área cultivada solo podría aumentar en alrededor de 3 millones de hectáreas mas. Ello exige una plena consistencia de las metas del plan con las próximas leyes de tierras, de bosques, de agua y de biotecnología, las que sin demagogias ni prejuicios ideológicos, deben contener inteligentes soluciones a la coexistencia de la preservación del medio ambiente, los incentivos a producir y, fundamentalmente, las necesidades fiscales.
* Castor López, Presidente PRO Santiago.

Fuente: El Panorama

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